Millones de
personas en el mundo saben que a Jesús de Nazaret le crucificaron; pero muy
pocos saben por qué. Antes ningún libro había investigado seriamente los
motivos que tuvo el Sanedrín para querer asesinar a Jesús; pero en el libro
VIDA OCULTA DE JESUCRISTO-CRISTIANISMO PRIMIGENIO, se lee con meridiana
claridad, por primera vez, la fusión de elementos históricos, políticos,
económicos y teológicos en los motivos terrenales que tuvo el Sanedrín para
querer destruir a Jesús.
El propósito de
poner a Jesús y a la iglesia de frente con la historia, es esencial para el
rescate del cristianismo primigenio, propuesto en dicho libro. Si no se llega a
tener clara esta relación, se cae en posturas religiosas irreconciliables, con
menoscabo de lo que sucedió. Conocer los múltiples motivos que tuvo el Sanedrín
para querer crucificar a Jesús, facilita comprender mejor por qué se persiguió
también a los apóstoles y demás seguidores, en días posteriores.
Motivos del Sanedrín para querer asesinar a Jesús
Cuando
Caifás y sus 30 secuaces decidieron arrestarlo, detenerlo o capturarlo; también
habían decidido ejecutarlo, sentenciarlo o simplemente asesinarlo. Eran muchos
los motivos que tenían estos conspiradores para destruir a Jesús a como diera
lugar. La consigna era: lo destruimos y cuanto antes, mejor.
Antes
y durante la pascua, Jesús se había convertido en un dolor de cabeza para los
31 miembros del Sanedrín que mayor beneficios económicos obtenían de las
actividades mercantiles del templo, y quienes más apegados estaban al poder
político y religioso, como autoridades judías, dentro de un pueblo sometido al
poder romano.
El
mayor agravante es que Jesús no estaba solo, era el fundador y líder único de
un gran movimiento político teocrático; cuya doctrina era de gran aceptación
por ricos y pobres; y ya lo apoyaban 40 miembros del Sanedrín, más abiertos
mentalmente, y que su actividad económica y profesional no estaba tan
dependiente de la riqueza generada directamente por la actividad mercantil del
templo.
Jesús
era una piedra en el zapato para 31 hombres poderosos de Jerusalén, por motivos
religiosos, al no someterse literalmente a la Torá, como por ejemplo: No
guardar el sábado; tocar a los leprosos y a los muertos y después no se
purificaba en los baños rituales; tratar con publicanos y pecadores; no
observar estrictas normas de higiene; por cuestionar algunas leyes de Moisés,
como no estar de acuerdo con la ley del Talión y la discriminación de la mujer
judía; por haber, supuestamente, resucitado a Lázaro; por decir que como Hijos
de Dios, todos somos dioses; por creerse un profeta elegido por Dios; por
atreverse a profetizar la destrucción del templo y de Jerusalén; por blasfemia;
por apostasía; por ser muy crítico al sometimiento de las tradiciones rabínicas
de varios siglos de antigüedad.
Jesús,
en su lucha por el establecimiento del Reino de Dios en la tierra, con sus
enseñanzas, retaba a los líderes judíos que estaban aferrados a la
participación económica y política que tenían dentro del Reino de Roma,
potencia extranjera en toda Palestina. Él representaba una gran amenaza para
los intereses económicos, políticos y eclesiásticos de estos conspiradores
poderosos de la sociedad de Jerusalén, capital de la Palestina del siglo I.
Éstos fueron, en general, los motivos para querer crucificarle, pero veámoslos
todos de manera detallada.
Atreverse
Jesús a sacar a los mercaderes durante la pascua, la semana más activa y
lucrativa para el Sanedrín, fue la gota que rebosó la copa.
En
tiempos de Jesús, en el mal llamado “templo sagrado”, lo que en realidad había
era un negocio redondo. Algunos mercaderes de la fe, mal llamados sacerdotes,
participaban en grandes porcentaje de las utilidades logradas por actividades
comerciales dentro del templo, convertido en plaza de mercado y en zona
bancaria.
Al
servicio del Sanedrín estaban los inspectores oficiales encargados de examinar
los animales que eran sacrificados para calmar, supuestamente, la ira de Dios.
Según la interpretación de la ley levítica, por parte de los inspectores, los
animales sacrificados debían estar libres de cualquier defecto. Era muy difícil
que un animal, que no fuese comprado dentro del templo, pasara el examen de un
inspector oficial; por consiguiente, se hizo práctica general adquirir los animales
para el sacrificio en el templo mismo, y al precio caprichoso aprobado por los
sacerdotes; que garantizaban la aprobación del animal. Era tal el abuso, que un
par de palomas, en las grandes fiestas nacionales, llegaban a costar el
equivalente a una semana de trabajo de un humilde obrero. La familia de Anás y
Caifás tenían el monopolio de la cría y comercialización de animales
sacrificables.
La
casa de Dios no sólo era profanada con el comercio de animales, sino que
también fue convertida en centro bancario y cambio de todos los tipos de
monedas (más de veinte) existentes en circulación por toda Palestina. Los
cambistas acreditados por el Sanedrín comenzaban a operar entre el 15 y el 25
del mes antes en que se celebraría la semana de Pascua; y, por supuesto,
durante esta semana, en el patio de los gentiles en la planicie del Templo.
Los
sacerdotes les permitían cobrar una comisión del treinta, y hasta del cuarenta
por ciento; y en caso de monedas de mayor valor ofrecidas para cambio, les
estaba permitido cobrar el doble, es decir, el cien por ciento. Los banqueros
del templo ganaban por partida múltiple: ganaban sobre el cambio de toda moneda
para la compra de animales sacrificatorios, para el pago del impuesto personal
al templo, para el pago de votos y de ofrendas, etc. Las autoridades judías,
esto es, el Sanedrín, tenían establecido que todos los hebreos debían pagar un
impuesto personal de medio siclo para los servicios del templo, exceptuándose
las mujeres, los esclavos y los menores de edad. Y por supuesto que los sumos
sacerdotes estaban exentos de pagar cualquier tarifa al templo; si no hubiese
sido así, eso equivaldría a sacar el dinero de un bolsillo para depositarlo en
el otro.
La
moneda romana, que era la que más circulaba en Palestina, no era aceptada en el
Templo por tener grabada la imagen del emperador. Tampoco se aceptaban las
monedas extranjeras que traían los judíos de otros países. Las autoridades
judías acuñaban su propia moneda. ¿Y quiénes eran las autoridades judías? Los
cambistas proveían a los peregrinos precisamente de tales monedas suministradas
por el Sanedrín, dentro del templo.
En
el palacio de Anás, en el de Caifás y alrededor del Templo había muchos baños
rituales para recaudar grandes cantidades de dinero. Todos los judíos estaban
obligados a bañarse en sus baños costosos para purificarse después de haberse
contaminados por decenas de motivos. Bien fuera porque habían hecho el amor con
una mujer menstruante, porque habían entrado en contacto con algún cadáver,
porque no se habían lavado las manos antes de comer, y mil motivos más, con tal
de recaudar dinero a expensa de los ingenuos creyentes.
En
el Templo de Jerusalén había dos áreas bien definidas. Una interior, llamada el
atrio de los israelitas o recinto sagrado, donde entraban exclusivamente los
judíos; y otra exterior, llamada el patio de los gentiles, donde podían
comercializar los paganos. A esta zona externa, los judíos no la consideraban
propiamente como Templo ni como sagrada, pues la presencia de paganos la volvía
impura; sin embargo, había que transitar primero el patio de los gentiles para
poder entrar al recinto sagrado, ubicado en el centro de toda la planicie del
templo. Para Jesús, toda la construcción era un solo edificio; y a él se
entraba por las mismas puertas, y por lo tanto, se estaba dentro del templo,
como era obvio.
Por
eso, Jesús exclama: "Mi casa será llamada casa de oración para todas las
naciones". Lo que propone Jesús es colocar a todos, judíos y paganos, a un
mismo nivel, y convertir el Templo de Jerusalén en un lugar de oración para
todas las naciones. Por esto, no estaba de acuerdo con las actividades
bancarias y comerciales, pues al patio de los gentiles lo consideraba tan
sagrado como el atrio de los judíos. Esta idea de que la oración de judíos y
paganos tenía el mismo valor ante Dios, constituía, sin duda, una tesis
revolucionaria e inadmisible para algunos israelitas de su tiempo.
Jesús
se oponía a la exigencia de pagar dinero para purificarse en los costosos baños
rituales de propiedad de la familia de Anás y de Caifás. Jesús había declarado
en varias ocasiones que el reino de Dios estaba al alcance de todos, por
humilde que fuera la persona, y que no se requería de tantos y elaborados
rituales.
Los
historiadores e investigadores más serios y confiables, calculan que el tesoro
permanente del templo nunca era inferior al equivalente a diez millones de
dólares de hoy; obviamente, sin que los sacerdotes dejaran de sacar fondos para
su vida de gran francachela y gran comilona y todo tipo de lujos, sin el más
mínimo deseo de austeridad; mientras la gente del montón vivía en la pobreza
absoluta, obligada a pagar numerosos impuestos sin oportunidad a negarse.
Los
parientes de Anás y Caifás tenían su bazar en los recintos del templo, que
perduraron hasta el momento en que fueron, finalmente, arrojados por una turba
de gente tres años antes de la destrucción del templo en el año 70 de nuestra
Era, por el general romano Tito.
Haber
sacado los mercaderes y banqueros del templo, ponía en peligro la fuente de
ingresos de dinero más grande para los codiciosos sanedristas. Transformar el
templo mercantil en templo de oración era lo peor que le podía suceder a las
corruptas autoridades judías del momento. Acabar con semejante negocio era
inconcebible para ellos. Caifás y los demás sacerdotes enemigos, llevaban una
vida de lujos y vivían en la mejor parte de la ciudad.
Está
el hecho real de que Jesús era el líder del movimiento opositor más consolidado
y numeroso denominado Reino de Dios, que en el fondo significaba el
establecimiento de un Nuevo Reino, al que en ocasiones se referían simplemente
como el Reino. Son abundantes los versículos en el Nuevo Testamento aludiendo
indistintamente con estas expresiones, que hacen referencias a sus novedosas
enseñanzas. Si los conspiradores sanedristas no hubieran visto en Jesús a un
enemigo de su poder y de la estructura social, no hubieran buscado hacerle
crucificar. Tan peligrosa parecía la persona y la acción de Jesús, que las
autoridades judías temían que su accionar traería una mayor represión por parte
de los romanos.
La
doctrina inmersa en el movimiento político-religioso Reino de Dios, tenía gran
publicidad. Según Juan, el sumo sacerdote Anás le interroga a Jesús sobre sus
discípulos y sobre su doctrina (Juan 18, 19); se trata, por tanto, de un
problema de ortodoxia, pero tras este primer plano de la ortodoxia aparece el
de sus seguidores, esto es, el de un movimiento que ha cobrado fuerza, y frente
al cual, no tienen control los dueños del poder político y religioso del siglo
I. Cuando los guardias del templo, al servicio de los miembros del Sanedrín, le
insultan por sus nuevas enseñanzas, queda en evidencia la rivalidad doctrinal,
la amenaza al Statu quo.
Abrirle
los ojos a los ciegos, guiados por la antigua ley de Moisés, interpretada
convenientemente para poder explotar al pueblo, era una revolución pacífica que
había que detener a toda costa; Jesús estaba siendo aceptado por la comunidad,
y ellos estaban perdiendo credibilidad, y, como consecuencia, gobernabilidad,
prestigio y poder.
El
poder ostentado por Josef Caifás y su familia durante más de 18 años,
tambaleaba por culpa de Jesús de Nazaret. Según Caifás, su propia caída
personal y del Sanedrín, significaba la caída de la institución religiosa del
momento, poniendo en peligro la sana orientación de toda la comunidad. «Es
mejor que un hombre muera a que perezca la comunidad» dijo Caifás, para
justificar el asesinato de Jesús, delante de sus 30 cómplices.
Había
tal sabiduría y justicia en las nuevas ideas de Jesús, que de 71 miembros, 40
eran, en diferentes grados, simpatizantes; y a tan sólo treinta, los más
beneficiados con los ingresos del templo, y más anquilosados en el tiempo, no
llegó la buena nueva, fueron incapaces de asimilar los nuevos conceptos del
Reino por anteponer sus intereses privados.
Treinta
acusadores y jueces, cegados por los prejuicios y la tradición, con sus falsos
testigos, buscarían, a como diera lugar, cargos violatorios de leyes civiles y
religiosas. El tiempo apremiaba, y los acusadores apasionados se exasperaban,
porque era la víspera del sábado cuando le prendieron con engaño.
Jesús
eligió la semana más importante dentro de la tradición judía para dar a conocer
públicamente su movimiento teocrático anti corrupción religiosa y política.
Caifás no podía permitir que Él los humillara frente a visitantes judíos de
todo el mundo en tan importante fecha.
El
Sanedrín le había escuchado decir a Jesús que los milagros y portentos aludidos
a Moisés no debían ser interpretados literalmente. Jesús también cuestionó
seriamente el cumplimiento estricto y literal de la Torá, por esto, había que
hacer parecer a Jesús como un maestro peligroso que incitaba a la desobediencia
de las normas y leyes.
“Tras de Yavé, vuestro
Dios, habéis de ir; a Él habéis de temer, guardar sus mandamientos, obedecer su
voz, servirle y allegaros a Él. Y ese profeta o soñador será condenado a muerte
por haber aconsejado la rebelión contra Yavé, vuestro Dios, que os sacó de
Egipto y os libró de la casa de la servidumbre para apartaros del camino por
donde Yavé, tu Dios, te ha mandado ir. Así harás desaparecer la maldad de en
medio de ti.” “Y ¿cuál gran nación que tenga leyes y mandamientos justos, como
toda esta Ley que yo os propongo hoy?” “Y vendrán sobre ti todas estas
maldiciones (más de 25), y te perseguirán, y te alcanzarán hasta que perezcas;
por cuanto no habrás atendido a la voz de Jehová tu Dios, para guardar sus
mandamientos y sus estatutos, que él te mandó.” (Deuteronomio
13, 4-5; 4,8; y 28, 45).
Para
el Sanedrín, Jesús era reo de muerte porque había transgredido la Ley en varias
ocasiones.
(Ley
de la venganza) Exodo 21, 23: “Ojo por
ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura,
herida por herida, cardenal por cardenal”
Levitico
24, 19-20: “Al que maltrata a su prójimo
se le hará como él ha hecho: fractura por fractura, ojo por ojo, diente por
diente; se le hará la misma herida que él haya hecho a su prójimo”
Deuteronomio
19, 19-21: “Le castigarán haciéndole a él
lo que él pretendía se hiciese con su hermano; así quitarás el mal de en medio
de Israel. Los otros, al saberlo, temerán y no cometerán esa mala acción en
medio de ti; no tendrá tu ojo piedad; vida por vida, ojo por ojo, diente por
diente, mano por mano, pie por pie.”
Y
en desobediencia de este mandato Jesús decía:
-En verdad, debéis ser suaves en vuestros tratos con los
mortales que se equivocan. Pacientes en vuestras conversaciones con los
ignorantes, y contenidos ante la provocación. Debemos ser valientes a la hora
de defender la honradez, y fuertes en la promulgación de la verdad, y audaces
para predicar el evangelio del Reino. Recordad siempre la gran ley de la
justicia humana: lo que deseéis que otros os hagan, hacédselo vosotros a ellos.
Si alguien golpea una de tus mejillas ofrécele la otra. Amad a vuestros
enemigos.
¡Qué
valiente fue Jesús al cuestionar tan abiertamente los mandatos de la sagrada e
infalible Torá! Qué osadía, qué valor el de Jesucristo, atreverse a cuestionar
el Antiguo Testamento (A.T.), ¡qué atrevimiento el de no querer obedecer,
literalmente, al pie de la letra, toda la Ley de Moisés, la ley de los antiguos
profetas, la palabra Dios escrita en Éxodo 21, 23; Levítico 24, 19-20; Deuteronomio
19, 19-21; y abundantes versículos del A.T. donde se le daba la justificación
divina a la ley de la venganza o ley del Talión.
Castigo
del blasfemo: “Y Yahvé habló a Moisés,
diciendo: Saca al blasfemo fuera del campamento, y todos los que le oyeron
pongan sus manos sobre la cabeza de él, y apedréelo toda la congregación. Y a
los hijos de Israel hablarás, diciendo: Cualquiera que maldijere a su Dios,
llevará su iniquidad. Y el que blasfemare el nombre de Yahvé, ha de ser muerto;
toda la congregación lo apedreará; así el extranjero como el natural, si
blasfemare el Nombre, que muera.” (Levítico 24, 13-16).
El
sujeto del verbo blasfemar no era sólo contra Dios, sino también contra los
sacerdotes, representantes de Dios. En la antigüedad, los reyes y sacerdotes se
consideraban ungidos (cristos, en griego) por Dios para ejercer su autoridad en
la Tierra; por lo tanto, también blasfemaba la persona que se adjudicaba una
autoridad superior que no le correspondía formalmente, por no haber sido ungido
con aceite sagrado mediante una ceremonia de ordenación realizada por la
autoridad religiosa legítimamente aceptada por la nación; por eso, cuando Jesús
afirmaba que Él era el Ungido (Cristo) por Dios para una misión divina, era una
blasfemia muy grave cometida frente al Sanedrín, que no le había ungido.
La
blasfemia es una ofensa hacia lo venerado por una religión; es algo duro de
escuchar para un creyente, previamente adoctrinado. Tiene que ver con decir
cosas inapropiadas a cerca de Dios o de lo que él reglamentó para el pueblo de
Israel a través de Moisés. Las blasfemias son cuestionamientos, insolencias,
desobediencias, oprobio o insulto con palabras que se dirige contra Dios,
contra los sacerdotes o contra cualquier autoridad religiosa.
Según
Deuteronomio 17,12: “Y el hombre que
procediere con soberbia, no obedeciendo al sacerdote que está para ministrar
(justicia) allí delante de Yahvé tu Dios, o al juez, el tal varón morirá: y
quitarás el mal de Israel.” Según este versículo de la Torá, Jesús estaba
obligado a permanecer sumiso ante el Sanedrín, como lo están actualmente los
feligreses de poderosas organizaciones religiosas.
En
la época de Jesús, condenar a alguien por blasfemia, apostasía, y por predicar
una nueva doctrina, era muy fácil para el poderoso Sanedrín, dirigido por el
sagaz y malvado Caifás. En la Torá , específicamente en el libro Deuteronomio,
blasfemar significa no estar de acuerdo, sentir menosprecio y desdén con las
costumbres, tradiciones y normas judías.
El
Sanedrín declaró que Jesús había profanado el nombre de Dios al usurparlo
tomándolo para sí mismo, habida cuenta de que no era más que un simple
ciudadano de Israel que no había sido ungido por ellos. Por lo tanto, se
pronunció sobre Él la sentencia capital de lapidación. Jesús admitió como
cierta la acusación de que Él había manifestado ser el Hijo de Hombre, ungido
por Dios, y basándose en esa confesión, fue condenado a muerte. Pero como los
31 sanedristas sabían de antemano que nadie arrojaría una piedra contra Jesús,
tuvieron que inventarse una acusación falsa por sedición, traición y
desobediencia civil al poder de Roma. Pero esta acusación no prospera frente a
la ley romana; otra cosa muy diferente fue el chantaje y amenaza a la cual
sucumbió el inseguro juez Pilato. Un concepto similar al de blasfemia era el de
apostasía, que significa apartarse de las creencias en que uno ha sido educado;
es también abandonar una doctrina o un partido. Jesús, con sus afirmaciones y
ataques verbales contra lo enseñado por las autoridades religiosas de su época,
cometió apostasía. Actualmente se considera apostata a quien deja de ser
cristiano, mahometano, mormón etc.
El
gobierno hebreo tenía la consideración de teocracia, siendo Jehová su auténtico
rey y soberano. Debido a ello, la blasfemia se consideraba como una forma de
traición, siendo la muerte por lapidación su pena correspondiente. Era una de
las ofensas más graves para los judíos.
Jesús
no estuvo de acuerdo con la discriminación
de la mujer judía.
Era
motivo de tristeza cuando nacía una niña: «Desdichado de aquel cuyos hijos son
niñas» se leía en los escritos rabínicos. La mujer judía no tenía acceso a
educación religiosa. «Quien enseña la Torá a su hija le enseña el libertinaje»
«Vale más quemar la Torá que transmitirla a las mujeres» «Todo hombre debe
agradecer diariamente a Dios que no le hubiera hecho mujer, pagano o
proletario» -afirmaban los hebreos.
En
un diálogo de Sara, la mujer de Abraham, con El Eterno, es tratada por éste
como de mentirosa cuando le dice: “Sara lo negó, diciendo: «No me reí», pues
tuvo miedo. Pero él (El Eterno) dijo: « es cierto, pues sí te reíste» (Génesis
18, 15). También en Génesis culpan a Eva de haber inducido a Adán a pecar
contra Dios. ¿Quién escribe las Escrituras? Los humanos que ponen en boca de
Dios palabras discriminadoras e incriminadoras contra la mujer.
Si
una mujer casada se atrevía a salir a la calle sin el tocado que impedía ver
los rasgos de la cara, el marido tenía el derecho, incluso, el deber de
despedirla, sin pagarle la suma estipulada en el contrato matrimonial, en caso
de divorcio.
En
esa época permitían que el hombre se divorciara de su esposa por las razones
más insignificantes; como por ejemplo, porque no cocinaba bien, porque no era
buena ama de casa, o simplemente porque se había enamorado de una mujer más
hermosa o joven. Los fariseos enseñaban que esta facilidad de divorcio era una
condición especial otorgada por Dios al hombre judío.
Besarse
en la boca en público era motivo de repudio y escándalo. Sólo estaba permitido
el beso en las mejillas, la frente o el dorso de las manos.
Teniendo
presente la condición de la mujer judía en el siglo primero, se comprenderá
quién fue, en realidad, María Magdalena y qué tan revolucionario fue Jesús con
su feminismo, abiertamente pregonado en palabras y acciones.
Debe
entenderse por qué algunos evangelios excluidos del Nuevo Testamento, resaltan
como algo escandaloso el hecho de que Jesucristo besara en público y en la boca
a María Magdalena, y le permitiera a ella y a las demás asociadas a su
movimiento Reino de Dios, andar sin ningún tocado en todo momento y en todo
lugar.
Jesús
no discriminaba a la mujer judía. Haber nombrado a 12 mujeres apóstoles,
oponiéndose a tantos versículos de la Torá, que consideraba a la mujer un ser
inferior, era otro gran desafío a lo estipulado en las Escrituras, de forzoso cumplimiento literal,
es decir, al pie de la letra, por ser “Palabra de Dios”.
La
mujer judía, en el siglo primero era educada para el matrimonio, el trabajo y
la sumisión. Debía al marido fidelidad absoluta no retributiva. Le pertenecía
al marido como cualquier otro objeto. La esposa tenía que moler, coser, lavar,
cocinar, amamantar, hacer la cama, hilar y tejer. Era una sierva y por lo
general se llevaba muy bien con las esclavas de su marido.
Las
mujeres asociadas con Jesús, fueron tratadas como un caballero debe tratar a
una mujer, pues Jesucristo fue todo un Señor, un Caballero.
Por no guardar el Sábado
Éxodo
31, 14- “Guardaréis el sábado, porque es
cosa santa para vosotros. El que lo profane será castigado con la muerte; el
que en él trabaje será borrado de en medio de su pueblo.”
Durante
todos los días, Jesús dirigió su hospital en Betsaida y las brigadas de salud
por toda Palestina. Jesús había curado a Josías de una fuerte irritación de los
ojos un sábado, y eso constituía una grave violación a la obligatoriedad de no
hacer nada en este día. Para Jesús, los dos mejores días para predicar su
novedosa doctrina, eran: el sábado, porque ningún judío se movía de casa, y
dentro de ella no hacían labor alguna; y el domingo, porque los romanos
descansaban este día.
“Y
añadió: El sábado fue hecho a causa del hombre, y no el hombre por el sábado.”
(Marcos 2, 27)
“Aconteció
que un sábado, atravesando Él por los sembrados, sus discípulos arrancaban
espigas de trigo y, frotándolas con las manos, las comían. Algunos fariseos
dijeron: ¿Cómo hacéis lo que no está permitido en sábado? Jesús les respondió:
No habéis leído lo que hizo David cuando tuvo hambre él y sus acompañantes?
¿Cómo entró en la casa de Dios y, tomando los panes de la proposición, comió y
dio a los que venían con él, siendo así que no es lícito comerlos sino sólo a
los sacerdotes? Y les dijo; Dueño es del sábado el Hijo del hombre.” (Lucas 6,
1-5; Marcos 2, 23).
“Pasando
por allí, entró en la sinagoga un hombre con fuerte resequedad y rasquiña en
una mano y brazo. Y cuando Jesús se disponía a tratarlo con ungüento, le
preguntaron para poder acusarle: ¿es lícito curar en sábado? Él les dijo:
¿Quién de vosotros, teniendo una oveja que cae en un pozo en día de sábado, no
la toma y la saca? Pues ¡cuánto más vale un hombre que una oveja! Lícito es,
por tanto, hacer bien en sábado. Entonces dijo a aquel hombre: extiende tu mano
y brazo, y extendida procedió a cubrirla con ungüento aliviando de inmediato su
picazón. Los fariseos, saliendo, se reunieron en consejo contra Él para
juzgarle y castigarle; pero no les fue posible.” (Pasaje parecido en Mateo 12,
9-14; Marcos 3, 1-6; Lucas 6, 6-11).
Se
reúnen los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo (Mt 26, 3), los escribas
(Mc 14, 1 y Lc 22, 1-2) y los fariseos (Jn 11, 47). Coinciden todos en querer
matar a Jesús; y los tres evangelios sinópticos señalan que no se atreven a
hacerlo por miedo al pueblo, con lo cual se observa, con gran claridad, la
confrontación puramente personal, entre 31 miembros del Sanedrín y Jesús.
Jesús,
como fundador y médico empírico, tocaba todo tipo de enfermos, y a los muertos;
pero lo más censurable para el Sanedrín, era que Jesús después no se purificaba
en los costosos baños rituales de propiedad de la familia de Anás y Caifás.
“Viene
a Él un leproso, que suplicante y de rodillas le dice: Si quieres, puedes
limpiarme. Enternecido, extendió la mano, le tocó y dijo: Quiero, sé limpio”
(Marcos 1, 40; Mateo 8, 1-3; y Lucas 5, 12-13) E inmediatamente ordenó a un
enfermero que le bañara; un servicio que nunca nadie más había prestado a estos
enfermos abandonados y rechazados por la sociedad indolente.
“No haya ramera de entre las hijas de Israel,
ni haya sodomita (prostituto) de entre los hijos de Israel.” (Deuteronomio 23,
17)
Jesús,
como líder de un nuevo movimiento humanista pacifista, quiso llegar a toda la
población, sin discriminación alguna. El hecho de que Jesús fuera amigo de
publicanos y pecadores era un motivo más de rivalidad y repudio por parte de
los 31 conspiradores del Sanedrín.
“Al
pasar vio a Leví el de Alfeo sentado al telonio, y le dijo: Sígueme. Él,
levantándose, le siguió. Estando sentado a la mesa en casa de éste, muchos
publicanos y pecadores estaban recostados con Jesús y con sus discípulos, pues
eran muchos los que le seguían. Los escribas de los fariseos, viendo que comía
con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos: ¿Por qué es que come y
bebe con publicanos y pecadores? Y oyéndolo Jesús, les dijo: No tienen
necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; ni he venido yo a llamar a
los justos, sino a los pecadores.” (Marcos 2, 14-17)
“Se
reunieron en torno de Él fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén, los
cuales vieron que algunos de los discípulos comían pan con las manos impuras,
esto es, sin lavárselas, pues los fariseos y todos los judíos, si no se lavan
cuidadosamente, apegados a la tradición de los ancianos, no comen; y de vuelta
de la plaza, si no se aspergen, no comen y otras muchas cosas que guardan por
tradición: el lavado de las copas, de las vasijas y de las bandejas. Le
preguntaron, pues, fariseos y escribas: ¿Por qué tus discípulos no siguen la
tradición de los antiguos, sino que comen pan con manos impuras? Él les dijo:
Muy bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: «Este
pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí, pues me dan
un culto vano, enseñando doctrinas que son preceptos humanos»”
“Dejando
de lado el precepto de Dios, os aferráis a la tradición humana. Y les decía: En
verdad que donosamente abrogáis el precepto de Dios para guardar vuestra
tradición. Porque Moisés ha dicho: Honra a tu padre y a tu madre, y el que
maldiga a su padre o a su madre es reo de muerte. Pero vosotros decís: Si un
hombre dijere a su padre o a su madre: Corbán, esto es, ofrenda, sea todo lo
que de mí pudiera serle útil, ya no le permitís hacer nada por su padre o por
su madre, anulando la palabra de Dios por vuestra tradición que se os ha
transmitido, y hacéis otras muchas cosas por el estilo.” (Marcos 7, 1-13).
A
manera de ejemplo, veamos lo que se puede deducir leyendo textualmente el Nuevo
Testamento sobre los cuestionamientos que hacía Jesús sobre las tradiciones
rabínicas y sobre la verdadera pureza.
“Llamando de nuevo a la muchedumbre, les
decía: Oídme todos y entended: Nada hay fuera del hombre que entrando en él
pueda contaminarle; lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre.
El que tenga oídos para oír, que oiga. Cuando se hubo retirado de la muchedumbre
y entrado en casa, le preguntaron los discípulos por la parábola. Él les
contestó: ¿También estáis vosotros faltos de sentido? ¿No comprendéis –añadió,
declarando puro todos los alimentos- que todo lo que de fuera entra en el
hombre no puede contaminarle, porque no entra en el corazón, sino en el
vientre, y es expelido en la letrina? Decía, pues: Lo que del hombre sale, eso
es lo que mancha al hombre, porque de dentro, del corazón del hombre, proceden
los pensamientos malos, las fornicaciones, los hurtos, los homicidios, los
adulterios, las codicias, las maldades, el fraude, la impureza, la envidia, la
blasfemia, la altivez, la insensatez. Todas estas maldades, del interior
proceden y manchan al hombre.” (Marcos 7, 14-23).
Lo
que Jesús realmente desaprobaba era la hipocresía y el exagerado apego
conveniente a ciertas tradiciones y normas dictadas varios siglos atrás; pues,
Él bien conocía las necesarias normas de higiene.
Nota:
Qué valiente fue Jesucristo por no querer obedecer, literalmente, al pie de la
letra, toda la Ley de Moisés, la ley de los antiguos profetas, la palabra de
Dios escrita en Éxodo 31, 14; Deuteronomio 23, 17, y demás versículos, donde se
le daba la justificación divina a la discriminación de la mujer; a la de matar
a quien no guardara el sábado; castigar a quien tratara con publicanos y
pecadores, a quien no se lavara las manos, a quien se atreviera a decir que
todos somos hijos de Dios. Este es el verdadero Jesús que el autor de VIDA
OCULTA DE JESUCRISTO quiere dar a conocer al mundo, para que sea más cristiano;
es decir, no discriminador, no autoritario, no injusto, no agresivo, no
codicioso, no hipócrita, no fanático ni esclavo de normas que ya perdieron
vigencia con el correr de los siglos. ¿Usted cree que es razón suficiente matar
a quien trabaje un sábado porque así lo ordena la Biblia en Éxodo 31, 14?
“Guardaréis el sábado, porque es cosa santa para vosotros. El que lo profane
será castigado con la muerte; el que en él trabaje será borrado de en medio de
su pueblo.”
“Jesús
les replicó: ¿No está escrito en vuestra Ley: «Yo digo: Dioses sois»? Si llama
dioses a aquellos a quienes fue dirigida la palabra de Dios, y la Escritura no
puede fallar, ¿de Aquel a quien el Padre santificó y envió al mundo decís
vosotros: Blasfemas, porque dije: Soy Hijo de Dios? Si no hago las obras de mi
Padre, no me creáis; pero si las hago, ya que no me creáis a mí, creed a las
obras, para que sepáis y conozcáis que el Padre está en mí y yo en el Padre. De
nuevo buscaban apresarle, pero Él se deslizó de entre sus manos.” (Juan. 10,
34-39).
Si
se lee el Nuevo Testamento (N.T.), sin el adoctrinamiento impuesto a sangre y
fuego desde el año 325 cuando se compiló el N.T., es fácil leer que Jesús lo
que realmente decía era que todos somos hijos de Dios. Su insistencia al
considerar que Dios es nuestro Padre Celestial, deja implícita su persistente
afirmación de que todos somos hijos de Dios, y, que por lo tanto, debemos
tratarnos como hermanos carnales y espirituales, habitando un único hogar: el
planeta Tierra.
La
Torá decía claramente que fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios; y en
otros tantos versículos se afirmaba «Dios sois».
Jesús
aseguraba que, como hijos de Dios, Él está en nosotros y nosotros en Él, pues
todos somos materia y espíritu, somos cuerpo y alma de origen divino. En
esencia, esa era la buena nueva. Para el Sanedrín era blasfemia pretender
hablar con Dios de tú a tú como un hijo habla con su padre terrenal; porque
atentaba contra la función intermediaria de los sacerdotes. Jesús tampoco
estaba de acuerdo con ellos con la repetición de tantas oraciones aprendidas de
memoria; por eso enseñó el Padre Nuestro.
Con
una nueva lectura literal de la Biblia, es claro que Jesús no afirmó,
categóricamente, que Él iba a destruir el templo, y que mediante gran hazaña y
demostración de poderes sobrenaturales, lo reconstruiría en tres días; nada de
eso, los 31 miembros conspiradores del Sanedrín lo inventaron para poder
sentenciarle a muerte como lo hicieron con Esteban, con la ayuda de Saulo-Pablo.
“Profecía
sobre la destrucción del templo: Saliendo Jesús del templo, se le acercaron sus
discípulos y le mostraban las construcciones del templo. Él les dijo: ¿No veis
todo esto? En verdad os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea
demolida.” (Mateo 24, 1-2).
“La
hermosura del templo: Hablándole algunos del templo, que estaba edificado con
hermosas piedras y adornado de exvoto, y dijo: De todo esto que veis, vendrán
días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea demolida.” (Lucas 21,
5-6).
“La
magnificencia del templo: Al salir Él del templo, díjole uno de los discípulos:
Maestro, mira qué piedras y qué construcciones. Y Jesús les dijo: ¿Veis estas
grandes construcciones? No quedará aquí piedra sobre piedra que no sea
demolida.” (Marcos 13, 1-2).
Según
los apuntes del Apóstol Andrés la respuesta es un poco diferente: «Maestro,
observa qué edificios son éstos. Mira las piedras macizas y los bellos adornos;
¿es posible que estos edificios sean destruidos? Mientras caminaban hacia el
Oliveto, Jesús dijo: claro que es posible Mateo, por voluntad divina, un
terremoto por ejemplo; o por obra de algunos locos humanos que creyendo destruir
a nuestro Dios destruyan nuestro templo».
Y
sobre la destrucción de Jerusalén, Jesús profetizó: “El llanto sobre Jerusalén:
Así que estuvo cerca, al ver la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: ¡Si al
menos en este día conocieras lo que hace a la paz tuya! Pero ahora está oculto
a tus ojos. Porque días vendrán sobre ti, y te rodearán de trincheras tus
enemigos, y te cercarán, y te estrecharán por todas partes, y te abatirán al
suelo a ti y a los hijos que tienes dentro, y no dejarán en ti piedra sobre
piedra por no haber conocido el tiempo de tu visitación.” (Lucas 19, 41-44)
Interpretando
al pie de la letra lo que dice textualmente la Biblia, Jesús no dijo que Él
destruiría el templo. Otra cosa muy diferente es que después de que calumniaron
a Jesús y le imputaron falsa acusación en este sentido, durante el proceso de
la crucifixión “Los transeúntes le injuriaba moviendo la cabeza y diciendo:
¡Ah! tú que destruías el Templo de Dios y lo edificabas en tres días, sálvate
bajando de la cruz.” (Marcos 15,29). “Los que pasaban le injuriaban, moviendo
la cabeza y diciendo: tú que destruías el Templo y lo reedificabas en tres
días, sálvate ahora a ti mismo; si eres hijo de Dios, baja de esa cruz” (Mt 27,
39) Fueron palabras gritadas por quienes, minutos antes, habían apoyado las
acusaciones de los 31 conspiradores; que de esta forma lo calumniaron.
La
calumnia y la falsa imputación contra Jesús es clara en Marcos 14, 56-59:
“Porque muchos testificaban falsamente contra El, pero no eran acordes sus
testimonios. Algunos se levantaron a testificar contra Él, y decían: Nosotros
le hemos oído decir: Yo destruiré este templo, hecho por mano de hombre, y en
tres días levantaré otro que no será hecho por manos humanas.” Y la falsa
imputación también la reconfirma Mateo 26, 59-63: “Los príncipes de los
sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban falsos testimonios contra Jesús para
condenarle a muerte, pero no los hallaban, aunque se habían presentado muchos
falsos testigos. Al fin se presentaron dos, que dijeron: Este ha dicho: Yo
puedo destruir el templo de Dios y en tres días reedificarlo. Levantándose el
pontífice, le dijo: ¿Nada respondes? ¿Qué dices a lo que éstos testifican
contra ti? Pero Jesús callaba.”
¿Cómo
no iba a callar frente a tan ridícula calumnia y falsa imputación, que también
fue usada para sentenciar a muerte por lapidación a Esteban, un asiduo y devoto
seguidor de Jesús?
“Entonces
sobornaron a algunos que dijesen: Nosotros hemos oído a éste proferir palabras
blasfemas contra Moisés y contra Dios. Y conmovieron al pueblo, a los ancianos
y escribas, y llegando, le arrebataron y le llevaron ante el sanedrín.
Presentaron testigos falsos que decían: Este hombre no cesa de proferir
palabras contra el lugar santo y contra la Ley; y nosotros le hemos oído decir
que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar y mudará las costumbres que nos
dio Moisés.” (Hechos 6,11-14). Esteban, así como todos los seguidores de Jesús,
fue perseguido por los mismos motivos que esgrimieron sus verdugos sanedristas.
Creer y actuar como Jesús, eso era ser verdaderamente cristiano. ¡Qué poco
cristiano es el mundo actual!
Si
queremos acercarnos a la verdad de los hechos, lo escrito debe ser interpretado
como está escrito, siempre y cuando no atente contra la lógica y lo
racionalmente creíble. Jesús no era un violento como para querer destruir el
templo, y mucho menos a Jerusalén, como SÍ lo hizo el general romano Tito, 40
años después; quedando demostrado, como lo he venido sosteniendo, que Jesús si
fue un sincero profeta Ungido por Dios, para su tiempo.
Según
los más de 40 evangelios ocultados, y demás documentos cristianos excluidos, se
sabe que Jesús no pudo resucitar a su hermanito Amós ni a su padre terrenal
José.
A
Jesús también le criticaron por la supuesta resurrección de su gran amigo
Lázaro, y fue acusado de satánico.
Aunque
con matices distintos, los tres evangelistas sinópticos coinciden al menos en
que la crucifixión de Jesús se debió a la expulsión de los vendedores del
Templo. En cambio, Juan afirma que fue por haber resucitado a Lázaro (Jn
11,45-54). ¿Por qué? La supuesta resurrección de Lázaro es algo muy
espectacular, superior a los otros milagros atribuidos a Jesús; algo que sólo
es atribuible a alguien con poderes satánicos. Frente a esto, los sumos
sacerdotes y los fariseos no pueden tolerar más. ¿Qué es esa osadía de afirmar
que su gran líder tiene la capacidad de devolverle la vida a los muertos?; eso
ya es demasiado; se torna peligroso y difícil de manejar; por eso planean
eliminarlo.
“No
sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien
practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador,
ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación
para con Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones
Jehová tu Dios echa estas naciones de delante de ti.” Los que habían creído en
la supuesta resurrección de Lázaro, acusaban a Jesús de tener pacto con
Satanás, de ser hechicero y hasta mago.
“Resolución
del consejo: Muchos de los judíos que habían venido a María y vieron lo que había
hecho, creyeron en Él, pero algunos se fueron a los fariseos y les dijeron lo
que había hecho Jesús. Convocaron entonces los príncipes de los sacerdotes y
los fariseos una reunión, y dijeron: ¿Qué hacemos, que este hombre hace muchos
milagros? Si le dejamos así, todos creerán en Él, y vendrán los romanos y
destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación. Uno de ellos, Caifás, que era
sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada; ¿no comprendéis
que conviene que muera un hombre por todo el pueblo y no que perezca todo el
pueblo?” (Juan 11, 45-50).
La
apelación a los romanos muestra la conexión de la frase y los objetivos del
movimiento Reino de Dios de Jesús en una realidad histórica, tanto en su
vertiente religiosa como política. La frase de Caifás, de significado político,
sería, en siglos venideros, interpretada como el sacrificio de Jesús en la
cruz, para expiación de los pecados del pueblo judío y de toda la humanidad.
Quienes
apoyaron la tesis de la capacidad de Jesucristo para resucitar a los muertos y
resucitar Él mismo, agregaron tres versículos más: “No dijo esto de sí mismo,
sino que, como era pontífice aquel año, profetizó que Jesús había de morir por
el pueblo, y no sólo por el pueblo, sino para reunir en uno todos los hijos de
Dios, que están dispersos. Desde aquel día tomaron la resolución de matarle.”
(Juan 11, 51-53)
“Pero
el profeta que ose decir en nombre mío lo que yo no le haya mandado decir, o
que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal profeta morirá. Y si dijeres en
tu corazón: ¿Cómo conoceremos la palabra que Jehová no ha hablado?; si el
profeta hablare en nombre de Jehová, y no se cumpliere lo que dijo, ni
aconteciere, es palabra que Jehová no ha hablado; con presunción la habló el
tal profeta; no tengas temor de él.” (Deuteronomio 18, 20-22).
Es
fácil comprender que a Jesús o a cualquier otro profeta, le era muy difícil
comprobar que era un elegido por Dios; por eso, Jesús llamó a Jerusalén asesina
de profetas. En este libro se leerá una reflexión sobre qué es ser un profeta,
con el título « ¿Quién fue un profeta?», porque nadie es profeta mientras vive;
es decir, nadie es reconocido como tal; hasta muchos años después.
Nota:
Hoy año 2015, más de dos mil años después, no cabe duda que Jesucristo fue un
sincero profeta de Dios, quienes en verdad violaron la ley de Moisés, fueron
quienes le escupieron, se burlaron de Él y le hicieron crucificar. Aquí deseo
recordar una vez más la recomendación de Gamaliel: “Pero si verdaderamente es
obra de Dios, no podréis destruirla y correréis el riesgo de estar luchando
contra Dios” (Hechos 5, 39).
Sólo
los graduados como rabinos por las autoridades religiosas judías estaban
autorizados para predicar en público, y Jesús lo hacía sin serlo. La tajante
pregunta que se le formuló al maestro fue esta: "¿quién te ha dado
autoridad para hablar en nombre de Dios y contra la ley de los profetas?"
La
respuesta de Jesús fue en este sentido: "Para enseñar y predicar la ley de
Dios no se necesita de título y autorización académica” "yo he predicado
siempre el reino de los cielos, yo he enseñado a mis discípulos a adorar al
eterno, y no he tenido nunca conversación pública ni secreta con ellos, que no
se haya dirigido al fin principal de mis deseos del Reino de Dios en la
Tierra"
A
los sacerdotes no les cabía en su estrecha mente que el Dios de Israel era
también Dios de todos los humanos sin discriminación alguna. Hasta llegaron a
tildar a Jesús de populista espiritual, asimilable en términos actuales.
Enseñar
cosas difíciles de cumplir, como eso de amarse los unos a los otros como el
Padre del cielo nos ama, lo convertía en un peligroso embaucador. El pequeñito
cerebro de los líderes religiosos de Jerusalén, en la época de Jesús, era
incapaz de amar a los samaritanos, gentiles y paganos. Y tristemente, en pleno
siglo XXI, poco ha cambiado esta situación de discriminación con quienes tienen
creencias diferentes a las propias.
Eso
de que todos somos hermanos por ser hijos de un mismo Padre de los cielos les
resultaba contrario a su espíritu elitista. Les era inconcebible que los
pobres, a quienes explotaban, fueran sus parientes espirituales.
Que
el Cristo (el ungido, el elegido por Dios) esperado, fuera alguien que no
perteneciera a la casa sacerdotal de Anás, era intolerable.
Durante
la formulación de cargos contra Jesús, los “brillantes” sacerdotes del Sanedrín
se devanaban los sesos para poder redactar cargos inexistentes. Anás les había
recordado que el cargo de blasfemia no tenía peso alguno ante Pilato.
Ninguna
de estas razones era, ante las autoridades civiles romanas, motivo para
sentenciarle a muerte; por eso, en ocasiones anteriores, había sido considerada
la posibilidad de mandarlo a matar sin ningún tipo de juicio. Como funcionaba
el ordenamiento jurídico del momento, se necesitaba el consentimiento del
gobernador romano para poder matarlo legalmente. Lo cierto era que había que
sacarlo del camino, porque todas sus nuevas ideas eran perjudiciales para el
negocio altamente lucrativo, ejercido por 31 mercaderes de la fe. Pero levantar
cargos, que justificaran ante Pilato la sentencia de muerte, era imposible sin
recurrir a la mentira y a los falsos testigos.
Concluyendo
los motivos que tuvo el Sanedrín para querer crucificar a Jesucristo, podemos
decir, que fue crucificado por su oposición a los poderes fácticos de su
tiempo: el poder político, eclesiástico, y por tocar los intereses económicos
del Sanedrín, máxima autoridad judía; por lo tanto la respuesta obvia a la
pregunta ¿Quién quiso matar a Jesucristo? Es indudablemente: Caifás y 30
conspiradores más del Sanedrín.
De
esta manera reitero que el interrogante ¿Quién mató a Jesús? está mal formulado;
porque de acuerdo a lo argumentado en el libro VIDA OCULTA DE JESUCRISTO-CRISTIANISMO
PRIMIGENIO Jesucristo no murió en la cruz.
Fueron muchos
los motivos que tuvo el Sanedrín para querer asesinar a Jesús; debemos hacernos otra pregunta: ¿Era Jesús
consciente del peligro?
Jesús era
consciente del peligro
Transcribiendo
textualmente versículos de la Biblia, se espera dar respuesta a la pregunta:
¿Era consciente Jesús del peligro?
“Jesús,
ya no andaba en público entre los judíos; antes se fue a una región próxima al
desierto, a una ciudad llamada Efrem, y allí moraba con los discípulos. Estaba
próxima la pascua de los judíos, y muchos subían del campo a Jerusalén antes de
la pascua para purificarse. Buscaban, pues, a Jesús, y unos a otros se decían
en el templo: ¿Qué os parece? ¿No vendrá a la fiesta? Pues los príncipes de los
sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes para que, si alguno supiese dónde
estaba, lo indicase, a fin de echarle mano.” (Juan 11, 54-57).
Obvio
que Jesús sabía que su forma de interpretar la realidad política, económica y
religiosa del momento histórico, y la forma como hacía oposición, era bastante
riesgosa. La hipótesis contraria no es aceptable; no es posible imaginar a un
Jesús tan ingenuo como para no estar consciente del peligro que corría. En Juan
7, 1 se puede leer textualmente: “Después de esto andaba Jesús por Galilea,
pues no quería ir a Judea, porque los judíos le buscaban para darle muerte”
Juan se está refiriendo a la fecha en la que se había celebrado la anterior
fiesta de los Tabernáculos.
Los
compiladores del Nuevo Testamento presentan esta conciencia de Jesús ante su
posible muerte como un poder sobrenatural de Él; de poder profetizar hechos
futuros. Es cierto que muchas de sus palabras resultaron ser proféticas, pero
no todas. Cierto es que a pesar de los altos riesgos, Jesús confiaba en Dios,
en su Padre del cielo; no concebía, teniendo en cuenta el ordenamiento jurídico
de su tiempo, que pudieran sentenciarle, en un juicio justo, a morir en la
cruz; y por eso, exclama: «Perdónalos Señor, no saben lo que hacen»”
Incrementa el
cristianismo
No
tiene sentido creer que saber la verdadera vida de Jesucristo, lo haga a uno
anticristiano; por el contrario, quién sabe más de su ejemplar vida humana y
conoce mejor su mensaje completo es más cristiano.
Las
películas que destacan la supuesta naturaleza divina y prodigiosa, de la vida
de Jesucristo, las que representan y transmiten mentiras, son anticristianas.
Se debe proyectar su verdadera vida humana para conquistar más cerebros y
corazones. “Por la verdad murió Cristo” dicen algunos, y es así que Jesucristo arriesgó
su vida por decir la verdad, y no como dicen otros, que lo hizo para que su
Padre del cielo perdonara nuestros pecados. Le hubiesen tildado de prepotente
todos los que le hubiesen escuchado semejante engreimiento.